viernes, 26 de septiembre de 2008

En el subte ovárico

Me desperté sudado, con la sensación de haber soñado. No recuerdo qué. Ah, sí, me acosté demasiado tarde y la cerveza no es un buen aliado para el madrugón. Me arrastro hasta la boca del subte y me dejo digerir por el monstruo. Hay demora, qué raro, maldita línea D. No tarda demasiado, veo poca gente, qué raro 2. Soy uno de los pocos que va a trabajar hoy? Me subo, me acomodo en pasillo haciendo fuerza contra una vieja que me da la espalda de frente a mi nuevo lugar, demasiado corrida hacia atrás. Tengo ganas de decirle algo pero no lo hago. Me reprimo y me molesta: una ola de desagrado me sube por la garganta y se instala arriba de mis órbitas oculares. Como sea, siento la presión de la espalda de la vieja contra la mía. No importa, ya me estoy acostumbrando. Hago lo mismo con la luz de tubo, demasiado fuerte para esta hora de la mañana. Las caras se ven pastosas. Plaza Italia: sube la pendeja que vi hace un mes, muy fuerte. Debe tener unos veinte años, con cara de caramelo masticable. Se sabe linda y adopta la pose de la "no me importa nada de nada". Se viste concienzudamente desprolija, con unas calzas para arrancárselas a mordiscones, una remera, una camisa cuadriculada por arriba y All-Stars rojas rotosas con cordones negros. Demasiado consciente de su cuidadoso descuido, pero ya tendrá tiempo para profesionalizarse, pienso. Más de uno se va a agarrar un dolor de cabeza por ella, seguro. Se para justo semi-de frente a mí, agarrada del mismo caño que yo, ella del lado de la puerta, yo del pasillo. Me mira furtivamente, con su cara de pendeja curiosa y acomoda provocativamente los auriculares de su Ipod shuffle, o lo que yo interpreto es acomodar provocativamente un par de auriculares. Y entro en la dimensión "viaje de observación". No pasa siempre, pero cuando pasa y la minita es la adecuada está bien. Ella mira con regularidad para controlar que yo estoy al pie del cañón. Yo, como soldado experimentado en las lides del te ignoro pero no, manejo los ritmos. Su curiosidad es curiosa y me mira con sus ojos marrones y hermosos. Es pendeja y por eso le gano. Como sea, me estoy calentando. No se me llega a parar el pito porque estoy muy dormido todavía. Al mismo tiempo que la estudio se me vienen imágenes de anoche, de lo que hablé con la otra en el auto, de lo que debería haberle dicho, de lo que no tenía derecho a decirle y le dije, y de que no desearás a la mujer del prójimo, que por eso es projimo y mañana puede tocarte a vos, con las consiguientes desventajas.
Como sea, a medida que transcurre el viaje le busco (y le encuentro) todos los defectos posibles a mi novia del vagón: un rastro de mocos en sus fosas nasales, las uñas sucias, despintadas, y casi que percibo el olor a pis de su bombachita adolescente. Y es inútil. No funciona, me sigue gustando. Carajo. Y yo sin ponerla.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Masa - César Vallejo

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Lo rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre, echóse a andar...

sábanas mojadas

Cuando estoy mal me enfermo. Cuando no digo lo que tengo que decir me enfermo. Es como los sensores de alarma de auto cuando están demasiado sensibles y se activan a la menor vibración (este año ya van tres veces). Me llama el boludo de mi jefe y me pregunta porqué no chequeé los e-mails. Yo me veo golpeándole repetidamente la nariz contra el borde afilado de una pileta de cemento, hasta dejársela como un colgajo sanguinoliento, al ritmo de "no ves que estoy en la cama todo incómodo y sudado te pensás que me divierte?", pero lo que sale de mi boca es " sí, apenas pueda los controlo, sí, no me baja la fiebre", y lo dejo descargarse. Me corta caliente, encima. La verdad es que no encuentro las ganas de atacar, no encuentro la energía para hacerlo. No tengo más Chi. Me voy a dormir.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Domingos

Los domingos me agarra el miedo. De no poder seguir así. De que no pasa nada. De sentirme feo. De que no hay absolutamente nada que yo pueda hacer para torcer el rumbo. Que eso que creo que estoy haciendo no es más que la lógica inexorable del destino poco grandioso que me tengo (me tienen) preparado. Que la gente no cambia, o que el cambio es tan pequeño y difícil que me pregunto si vale la pena todo ese esfuerzo. De que el lunes es tan odioso porque es la confirmación de que otra semana calcada comienza.