martes, 22 de enero de 2008

Aplastado como ojota de gordo

Obvio, cómo va a estar? Uno la ve sofocarse allá abajo, la ve extenderse sobre el asfalto caliente como un panqueque deseoso de que se lo coman de una vez, para dejar de sufrir. Y la comparación inevitable acaso, de cada cosa que se mira, con la propia vida. Y entonces nota uno esos pequeños detalles en los que no reparó durante el primer golpe de vista pero que ahora, sumados, adquieren una importancia espeluznante: el borde trasero externo de la suela corrido, inflamado, con un brillo perlado enfermizo de goma a punto de estallar, como queriendo escaparse del talón asesino; el borde anterior interno apelmazado debajo de un pulgar monumental, cíclope morcílleo, terror de hormigas, y quisiera uno entonces levantarse, ir hasta el borde de esa ojota sufrida antes blanca, ahora gris, y echarle un poco de agua fresca a pesar del gordo, pero no lo hace, se reprime porque claro, seguro lo toman a uno por un desubicado. Y uno mira, mira alrededor con una gota de sudor corriéndole por la sien, haciéndose el distraído, para asegurarse de que nadie se haya dado cuenta de lo que casi hizo (quieto, nene).

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